31 Aug
31Aug

PRÓLOGO por Alejandro Sánchez Moreno 

En las librerías de usados se pueden encontrar muchos teso-ros. Desde el libro que está agotado hasta el libro usado a buen precio que sería imposible comprarlo nuevo. Y también, fotos viejas. Revolviendo, encontré una postal que me llamó la atención. Un edificio conocido apareció ante mis ojos. En el dorso, en la parte superior, dice Tarjeta Postal, Vistas de La Plata, capi-tal de la provincia de Buenos Aires. A la izquierda, en la parte inferior, Dirección General de Escuelas. En lápiz y a un costado, $10. En ningún lugar dice el año. Pero es claramente una foto vieja. Los árboles todavía son pequeños, salvo las palmeras que ya tienen una altura considerable. Un hombre baja por la explanada que lleva a calle 57. Lleva saco, sombrero y corbata. Una bicicleta descansa tranquila apoyada cerca de una de las puertas de entrada. Los pocos autos estacionados sobre calle 13 son viejos. Me gusta mirar la foto, buscar los detalles, como si me fueran a revelar algo. Muchas veces he pensado quiénes serían los que trabajaban en esa época, cómo serían sus vidas. Por cierto, el edificio, tal vez porque tiene pocos años o tal vez porque estaba más cuidado, luce más lindo que en la actualidad.

Cuentos de Ministerio, un libro de doce relatos, escritos por Jorge Zanzio, trabajador de la Dirección de Jubilaciones del Ministerio de Educación, tiene en su portada una foto actual del edificio de la Dirección de Escuelas. La imagen es recortada, no se ven las calles, las ramas de los árboles aparecen en los márgenes. Es como si el edificio se nos viniera encima. Esta foto me hizo pensar en la que encontré en la librería. ¿Qué pasa dentro del Ministerio? ¿Qué historias tiene la gente que trabaja en las oficinas? ¿Cómo son sus vidas? ¿Sus vidas son rutinarias? ¿Están contentos de estar ahí? ¿Quisieran tal vez estar en otro lado y no se animan? ¿Son felices?

Estas preguntas y tal vez algunas respuestas (o no) atraviesan los relatos y las historias de este libro. Hay personas en crisis, arrepentidas de las decisiones que han tomado o en realidad arre-pentidas de las decisiones que no han tomado. Está la rutina que acecha y que puede ser agobiante y angustiante (un párrafo dice: “seguiría sumido en la rutina de trabajo que a nadie o a casi nadie entusiasmaba”). Y pareciera que la rutina es tan aplastante que es in-vencible, y entonces la única posibilidad de salir de ella es la irrupción de algo fantástico o algo inesperado que con la eficacia de un golpe rompiera todo y terminase con el letargo. Está el teléfono de la oficina que suena en un momento inoportuno y no deja de sonar. Está el comentario social, el tiempo libre que nos da la retención de tareas para la ronda de mates y la música más alta. Está la vida cotidiana con sus gestos, sus palabras, sus rituales. Está el trabajo con sus expedientes, con las computadoras que se cortan porque el sistema no anda, con sus oficinas grises y con poca luz, con el ansia de terminar el día y volver a la casa. Y está el Ministerio, en la foto vieja, en la foto nueva y en nuestras vidas, todos los días. Un edificio que tiene vida propia.

Por último, nos preparamos unos mates, un café, un té o lo que sea, nos sentamos en algún lugar cómodo, adentro o afuera, en el sol o en la sombra, y dejamos paso a Cuentos de Ministerio.


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